Uno de los lugares donde nos gusta perdernos —perdernos para encontrarnos, claro— es Galicia. Amamos tus territorios de costa tanto como los de interior. Amamos su cocina y, de forma especial, amamos esos viñedos y esos vinos gallegos tan llenos de cultura y arte, de tradición e innovación, de oficio y creatividad. Definitivamente, los paisajes de la vid en Galicia son para nosotros un espacio para la inspiración.
Paisajes naturales. Paisajes humanizados
Ya os hemos comentado en otras ocasiones que nos gustan mucho los claustros, esos lugares que son a la vez naturales y artificiales; que están vacíos y, al mismo tiempo, llenos de espíritu. Con los paisajes del vino en Galicia, sentimos que sucede algo parecido: son ordenados y salvajes simultáneamente, naturales y humanizados. Y siempre respiran una armonía esencial.
Los que primero nos enamoraron fueron los parajes increíbles de la Ribeira Sacra, con sus pendientes imposibles y su vertiginosa búsqueda del río, con sus templos, sus monasterios próximos y con su magia ancestral. También nos fascinaron los viñedos de las Rías Baixas, ordenados como jardines y flanqueados tantas veces con esos pequeños pilares de granito, dispuestos a recordar a cada paso el poder del territorio.
Hay muchas Galicias y todas sorprenden
Pero con el tiempo hemos ido descubriendo más paisajes y más vides, más variedades, más aromas y más Galicias: aparecen en cada rincón, en cada valle y ¡siempre son diferentes! Atravesando la región hemos conocido variedades casi olvidadas —albarello, merenzado, espadeiro o caíño tinto— que brindan aromas y sabores nuevos. Hemos conocido la pasión que impulsa a unos jóvenes bodegueros que elaboran grandes vinos porque aman tanto su tierra y su historia como su oficio. Y, lo más importante, hemos confirmado que, precisamente en estas intersecciones aparentemente imposibles —lo natural y lo artificioso, la tradición y el futuro— es donde nosotros encontramos siempre la mejor inspiración.